
Una obra de belleza y perfección sobrehumanas, esculpida en 1498 por un jovencísimo Miguel Ángel -tenía sólo veintitrés años- por encargo del cardenal francés Jean de Bilhères Lagraulas para su tumba en la Capilla del Rey de Francia en San Pedro -capilla que ya no existe y que estaba situada en el flanco meridional de la antigua basílica.
"Una Virgen María vestida con Cristo muerto en brazos, grande como un hombre normal" -así se define en el contrato-, una estatua realizada a partir de un único bloque de mármol de Carrara en sólo nueve meses. Una obra maestra en la que Miguel Ángel quiso dejar escrito su nombre (algo que no hizo en ninguna otra obra), porque -según refiere Vasari- "estaba contento y satisfecho de sí mismo" y "porque se puede ver en ella todo el valor y el poder del arte".
«Michael āgelvs bonarotvs florent facieba» (Miguel Ángel Bonarroti florentino la hizo). Estas palabras están grabadas sobre la cinta que cruza el pecho de la Virgen. "La inscripción descansa - escribe Giovanni Papini- sobre el corazón mismo de la Madre". Una Madre que es más joven que su Hijo, porque es Inmaculada y sin pecado, y porque la Virgen María es al mismo tiempo Madre, Hija y Esposa de Nuestro Señor, como escribió Nanni di Baccio Bigio en 1549 y como recuerda Dante en el último canto del Paraíso:
la más humilde y alta criatura,
del eterno designio término fijo,
tú eres aquella que la humana natura
ennobleció tanto que su Hacedor
no desdeñó hacerse Él mismo su hechura. »
Se trata de un Cristo "muerto" que, sin embargo, tiene ya en su interior la "Vida" del Resucitado: una savia vital lo recorre y la muerte no tiene en ese cuerpo maravillosamente esculpido su victoria definitiva.